miércoles, 16 de julio de 2014

Sobre la Identidad



LA IDENTIDAD

Para iniciar este recorrido que inicia pero no termina, por cuestión de eternidad, quisiera comentarles que este escrito se basa única y exclusivamente en “mi” experiencia, “mi” entendimiento y “mi” comprensión. No me baso en ningún autor, de ninguna clase.
Nací en el año de 1981, es decir, físicamente así sucedió. Llegué a este planeta en ese año. Los que fungen como mi padre y madre tuvieron a ponerme un nombre. Nací con el cuerpo de lo que llamamos comúnmente hombre.
Por lo tanto al igual que todos, me educaron en las creencias de lo que es ser hombre en un lugar al que llamamos por conveniencia México.

Así que podrían decir ustedes que soy un hombre mexicano.

Estudié la primaria, la secundaria, la preparatoria y la universidad.

Hablemos un poco de la primaria. En primero y segundo año, la maestra Martha me dió clases. Era una maestra bajita y regordeta. Su cabello chino y grueso hacían juego con sus cejas prominentes. Tenía una nariz muy chata. Buena mujer, buena maestra pero en aquella época me espantaba. Quizá me recordaba ese carácter a mi padre. Mi mejor amigo era Alejandro, no lo recuerdo más allá de segundo años. Sus dos hermanas me gustaban, no recuerdo sus nombres, pero si sus labios.
Un día en su casa, la única vez que fui, recuerdo, me regalaron un poco de pastel de chocolate hecho en casa. Que genialidad.

Para segundo estaba la maestra Verónica, morenita, bajita, pero creo que en esa época me parecía guapetona.
No me gustaba hablar en clase, prefería que otros hablaran. Cuando sabía las cosas prefería quedarme callado, recuerdo que mi pensamiento era: que participé el que no sabe o el que necesita reafirmar su saber. Ahora me doy cuenta, justo ahora, que no me gusta hablar de lo que sé, porque no quiero pasar por presumido, ni que se me juzgue, ni catalogue. Así que preferí disimular en algunas cosas.

El hijo de la maestra Verónica iba en mi grupo, era raro ver que la madre le de clases escolarizadas al hijo. En fin, estando en honores a la bandera, de mi nariz se formó una burbuja de moco gigante que explotó como chicle “chavo”.
El, que no recuerdo su nombre, se dio cuenta y con sus grandes lentes soltó una carcajada que me debe haber contagiado plenamente.

Ya para cuarto año, me asignaron con la maestra Aida. Otra maestra morena, no muy guapa y que era la dictadura andando.

Como buena maestra de primaria, solía dejar el salón por grandes espacios que aprovechábamos para jugar, con el tiempo comenzó a dejar una compañerita que nos vigilaba, su nombre era Sonia, era una niña blanquita, güerita que tenía un padecimiento que le impedía crecer, tenía las piernas muy cortitas y ya de niña había sufrido muchas operaciones. Hoy me pregunto si era por su decisión o imposición de sus padres. Sonia escribía el nombre de los que hablaban y hacían ruido, cada vez que apareciera un nombre el castigo eran 10 sentadillas. Al terminar el curso debí hacer miles de sentadillas, creo de verdad que la única persona que hizo más sentadillas que yo, fue Yazmín, a quien apodábamos carihuevo. Con el tiempo carihuevo pasó de ser un nombre chistoso a una mujer guapísima.
Mi mejor amigo, desde tercero o segundo año era Héctor Alfonso, aún recuerdo sus apellidos. Vivía tan cerca de la escuela que pasar a su casa durante la salida era una tarea. El tenía el Nintendo y me invitaba a jugar doble dragón, ninja gaiden, los combatientes y el juego de los patos y el de las olimpiadas con su tapete.
Uff, eso solo lo tenían los ricos. Mi mamá se hizo amiga de su mamá, él iba a mi casa, yo iba a la suya y cada quien ponía su Nintendo, él ponía el tapete.

Su Hermano era más grande y era la tortura, le pegaba, lo hacía llorar. Era el hermano gandalla. Su hermana mayor era muy bonita, me gustaba verle las piernas disimuladamente.
Un día me dijo que le daba asco verme comer, me quedé frio, no sabía por qué me lo decía, pero por primera vez me fijé y puse atención en mi forma de comer, creo que ya no como igual.

Creo que Héctor siempre fue una persona muy divertida, solía cantarle a un compañero de salón: “Rubencito Rubencito, tienes la cabeza atrofiadita. Vamos a decirle a tu mamá que sacaste cero en el examen de civismo”. Antes me causaba mucha gracia y el día de hoy todavía me divierte y me sorprende su creatividad.

Los gemelos, creo que siempre estuvieron ahí. No me llevaba bien con ellos, era como tener dos personas reforzándose uno a otro y rechazándote en dueto. Era una vinculación tan profunda que se apoyaban en todo. Haciendo figuras de plastilina eran los mejores. Era impresionante su habilidad. No recuerdo que estudiaran o no me importaba eso, pero a la hora de crear figuras eran increíbles, intenté muchas veces superarlos, pero debo aceptar que eran magníficos, era su arte.

Desde primer año fue conmigo Israel, un primo o como decían en esa época, un medio primo. Lo cual desató una serie de preguntas sobre qué era eso, qué es un primo completo y arrojó historias familiares que parecían preocuparles pero a mí no.

En fin, podría seguir contando eventos importantes de la primaria como la primera niña que me gustó, mi ir a las tardeadas, mi primera pelea y su ojo morado. La operación de apendicitis. De los amigos que hice, de los rivales, etc etc, pero lo dejaré aquí.

Omitiré la secundaría, aunque diré cosas importantes. Ahí me encantaron las matemáticas y la física. Historia me pareció espantosa. Mi mamá en esa época encontró su vocación en la docencia, aunque nunca fue su meta, ahora yo tomaba clases en la escuela que ella trabajaba, pero nunca me dio clases afortunadamente. Ella así lo pidió y me alegra que haya sido así.

Terminó la prepa abierta. Solo recordarla estudiando, trabajando, llorando por problemas económicos, preparando papas todos los días.
Y yo sin poder comprender su dolor, su tristeza. De un esposo violento, de escases de dinero. Me parecía extraño ver esas situaciones, cuando la vida era para mí una fiesta sin límites, salvo que el papá quisiera acabar con ella.

Me gustaban muchas niñas de mi salón y de la escuela, pero yo era el niño pobre en la escuela más fresona de la zona. Nadie de las escuelas públicas quería a los de esta escuela. Era como una rivalidad añeja, que no construí pero que sí se apropió de mí.

Salí de secundaria sin haber tomado alcohol, sin haber besado y desde luego sin novia.

Para la prepa dejé de ser el alumno hijo de maestra para ser uno como todos y me convertí en un desastre total. De primero a tercer semestre tuve muchísimos reportes en la escuela en la que estudiaba, de paga. Era todo tan diferente a lo que había vivido. Había tribus urbanas, varias y eso, no lo comprendía.

Me enamoré por primera vez de alguien que no me hizo caso nunca, solo recuerdo que se llama Carmen. Lloré mucho por esa mujer en mis primeras borracheras. Me rompí un diente, entre a ver “pelos” por primera vez. El primer día que bebí un primo más grande me llevó a un lugar a ver viejas. Tenía 16 años. No vomité pero mis amigos sí.
Me daba pena tocar a las chavas.

Reprobaba muchas materias, me la pasaba en orientación por ser mal alumno. Era muy juguetón y hablador en clase, pero no era irrespetuoso, no ofendía a la gente. Nunca fui altanero ni déspota. Mal hablado si, puede ser que entre pares sí, pero nunca con los maestros o adultos en general.

Física y matemáticas eran las que más me gustaban. La escuela era muy estricta y me sentía oprimido, quería cambiar de escuela pero mi mamá no me lo permitía, así que la única solución fue reprobar materias para que me dieran de baja. Después de pelear con mi mamá muchas veces, tomé una decisión, reprobé a propósito una materia que no podía ser recursada y me dieron de baja, afortunadamente.

Entre a otra prepa y con esfuerzos acabé con un promedio de 7.1 general. En esta segunda etapa de preparatoria quedé impactado.
Los maestras y hasta el mismo director se hablaba de a mentadas de madre con los alumnos. Era una locura. Venía de un lugar que sentarte en el escritorio merecía un reporte escrito y a expediente. Y ahora estaba en un lugar donde me ponían estiércol en la mochila por qué no les caía bien y docentes que te hablaban de a pendejo en el aula y que además, tú los podías mandar a la chingada y al otro día darles la mano y tomar clase en armonía.

Y si soy sincero, no había hecho consciente este cambio en mi vida.

Salí de la prepa sin novia, virgen, borracho y los besos que di fueron en el juego de la botella, solamente. Desde luego era muy tímido e inseguro.

Entre al IPN para estudiar ingeniería en Transporte, carrera que no conocía pero que me asignaron y de eso a nada, pues eso. Además que tenía una proyección a futuro muy buena, salarios altos y sobre todo eran matemáticas y física.

Y por esa misma razón dejé la ingeniería, no pude con la carrera. Con el tiempo me di cuenta que me fue mal por tantos problemas emocionales que tenía. Mucho descontento personal, mala autoimagen, mal autoconcepto y un rechazo de mí mismo desde lo físico hasta lo emocional, lo intelectual era lo único en lo que me consideraba apto. Leí mi primer libro a los 18 años, Nietzsche, Voluntad de Poder y lego Así hablo Zaratustra. Y me identifiqué con el autor. Me encantó.

De pronto no me sentía a gusto viendo numeritos, sentía que no aportaba nada de mi ser a la carrera. Me gustó tanto la maestra de transporte marítimo que le presté el libro de Voluntad de poder y nunca me lo regresó. Hice pocos amigos, me decían el Telurico, especulaban que estaba un poco loco.

Me peleaba con los profesores y siendo sincero, pase 10 materias de 25. Dejé la ingeniería. Sin novia y borracho. Con la nariz operada, resulta que la tenía rota hacía muchos años y mis papás como si nada. Me encabroné. Yo no era consciente del cambio físico de mi nariz.
Actualmente me rio, las circunstancias fueron esas y ni hablar.
En la prepa mi papá me trató de zángano cuando me corrieron y ahora me daba su apoyo para dejar la carrera. Claro que después de seis meses no me aguantaba en casa.
Estuve a punto de irme a vivir con una señora, pero la cordura entró en mí y preferí la tortura de mi casa a la tortura de una mujer desconocida.

Mi mamá, que aun daba clases, ahora en otra escuela me motivó a trabajar como docente para el nivel secundaria. El maestro tal, había dejado colgados muchos grupos de matemáticas, física, biología, química y no sé si otra más.

Impartí clases de matemáticas en segundo año y física en segundo.
Tenía veinte años.
La primera clase de matemáticas fue un desastre, todos brincaban se tiraban, se peleaban, se empujaban, gritaban y demás. Nadie me hizo caso. Varios días fueron así, era imposible darles clase. Decían saber todo lo que les decía. No tenía el programa y los cuadernos de los alumnos eran un desastre.
Sufrí mucho hasta que decidí hacer un examen sorpresa para evaluar un mes. Hice un examen difícil, tres versiones del mismo y los alumnos, todos, hasta el más inteligente reprobó.
Con ellos aprendí o recordé como hacer la raíz cuadrada sin calculadora. Y ellos aprendieron.

Les enseñé lo mejor que pude, comparando lo que enseñaban en segundo, puedo decir que los alumnos que atendí sabían más en muchas cosas.

El caso de física fue un reto mayor, los alumnos no ponían atención y me decían ignorante. Decían que no sabía física. Me retaban. Como me veían joven solían resistirse a lo que les enseñaba.

Con ellos resolví los problemas de mecánica clásica que no pasé en la ingeniería. Pasaba días enteros resolviendo los ejercicios de la ingeniería, a solas, en mi casa, todo lo que no aprendí con un docente frente a grupo, lo aprendí solo y en casa, con el “Resnik, Halliday, Krame, Física 1”.

Y puedo decir que los alumnos de segundo de secundaria hacían los mismos ejercicios que hacían los alumnos de ingeniería de primer semestre de UPIICSA. Y puede decir, que aprendieron y lo hacían perfectamente bien, no todos ellos, pero si muchos.

No podía explicarme que había sucedido. ¿cómo podía reprobar con maestro y luego resolverlo yo solo y además, enseñarlo a alguien más?.

Vinieron mamás retadoras, a dudar de lo que hacía, me trataron como ignorante, pero con argumentos supe defender mi quehacer y lo demostré con hechos. En esa época, seguro me subió el ego terriblemente. Ahora lo comprendo.

Algo que marcó mi vida fue el hecho de ver en clase alumnos que se duermen, que no aprenden, los denominados inteligentes y los mal llamados burros o tontos. Sabía con ver el nombre del alumno un aproximado de la calificación, por primera vez entendí a mi mamá cuando decía, “este, por ser de tal alumno, verás cómo saca un ocho” y dicho y hecho, era un ocho o algo muy cercano.

Tal fue mi impresión de descubrir que la vida emocional de los alumnos influye en la calificación que una nueva puerta se abrió para mí. Tenía alumnos de cero en matemáticas que de buenas a primeras sacaban diez perfecto, simplemente porque papá regresaba de viaje o porque mamá le dejaba una carta a su hijo en el cuaderno. Suficiente motivo para encontrar esos cambios.

Así me fui dando cuenta que el alumno que su papá estaba recién fallecido, no sacaba más de cinco en cualquier materia. Que los papás gritones tenían hijos de nueve y diez. Que los hijos emulaban a los padres cuando eran autoritarios. Que un hijo abandonado se vuelve violento. Que un hijo triste se hace mal estudiante. Que hay alumnos intelectuales y otros emocionales. Que todos son diversos en mil formas.

Entonces me pregunte: ¿Y si estudio psicología?

Desde que entre a la Lic. En Psicología, supe que sería Psicólogo Educativo.

Entré de veintiuno o veintidós a la licenciatura, mis compañeros eran mucho más jóvenes. Yo había pasado 1 año más de prepa, tres más de ingeniería y creo que uno más de docente.

Ya no iba a la escuela a jugar o a divertirme, eso no era la prioridad, sino aprender. Entré sin saber nada de psicología, pero creo que salí sabiendo más que cualquiera de la generación, aunque no en calificaciones, me sentía más hábil que cualquier otro.
Así era mi ego de psicólogo.

Durante la universidad viví los cuatro años y medio lejos de mis papás, viví en otro estado y solo los veía los fines de semana. Me liberé tanto de mis padres que por fin me sentí libre de ellos. Pude por fin, decidir sobre mis conductas sin tener que avisar.
Fui al 99% de las fiestas que se organizaron. Organicé el 30% de ellas. Salí con un promedio de 9.1 de la universidad. Y si soy sincero, nunca me desvele en esta etapa por hacer una tarea o un trabajo. Todos mis trabajos, excepto dos de los que no me enteré hasta el día de la entrega, todos fueron entregados antes del día acordado o el mismo día.
No hice exámenes finales y no reprobé ninguna materia. Pude titularme por excelencia académica. Quería hacer mi tesis, pero la dejé incompleta. Mis opciones eran, titularme rápido y trabajar o hacer mi tesis y esperar para titularme.

Trabaje como operado en una línea telefónica de atención a mujeres en crisis, era la línea del Instituto Nacional de la mujer. Ahí conocí el Amor. Un Amor puro en verdad.
Salí de ahí por término de contrato y cuestiones de administración, entré a una línea de apoyo a personas con diabetes. No hacía psicología por ningún lado. Era algo que no soportaba hacer y tuve que reconocer que tenía varios años de egresado pero no estaba en el ámbito escolar. Así que dejé el trabajo por no ser lo que yo quería.

Un día sin más, me llamaron del Colegio de Bachilleres y me dijeron que había pasado los exámenes de la Institución y que había horas vacantes para ser orientador en el plantel 1. Cuando fui al plantel uno, alguien que no me dijo que si era maestra o directora, me dijo:
“No sé quién, ni por qué te mandan aquí. Tenemos la plantilla completa y no hay espacio para ti ni para nadie”. De forma grosera y con mala cara me trataron. Así que salí creyendo que el destino me jugaba una broma, se reía de mí. Días después me llamaron de nuevo y me ofrecieron otro espacio en el plantel cinco. En ese momento rechace la oferta, pero al cabo de un par de días, acepté y entré al colegio como orientador.

Como orientador empecé a hacer todo lo que no habían hecho conmigo. Escuche, apoyé y di el mejor trato que me fue posible. Hable con respeto y educación a todos mis superiores y alumnos.
Di clase aunque solo hubiera un solo alumno. Me quedé a oírlo. Alumnos de otro turno me buscan sin conocernos para hablar de lo que les pasa.

Lo que voy a decir a partir de aquí es totalmente diferente, en una cuestión que para mí es de vital importancia para entender la forma en que estoy en el mundo.

Además de ser un trabajado, amigo, amante y demás, también buscaba mí realización. Así que fui a psicoanálisis y lo dejé por inservible, me dediqué al temazcal y me mostró nuevas alternativas y me acerque a la meditación.
Primero quiero decir que no pertenezco a ninguna clase de grupo budista ni de corriente chichimeca, ni soy psicoanalista lacaniano, afortunadamente no tengo identificaciones con nadie. Soy auténtico. No tengo identidad.

Voy a explicar, tratar de explicar este punto, aunque dicho sea de paso, las palabras tienden a ser pobres para habla de lo indecible.
Como dice Lao Tse, “el Tao que puede ser dicho, no es el Tao verdadero”. Pero si quiero hablar del Tao, tendré que usar palabras. Ni modo.

No tengo identidad por qué no existo. Y no es psicótico el asunto. Mi comprensión misma, sin influencia de nadie, es esta: vivo en el mar siendo una gota, el mar contiene al infinito de gotas, infinito en expresión, en creación. La gota inconsciente cree que está separado de todas las demás gotas. Por eso crea un Yo o múltiples Yoes. Así se diferencia de las demás, ese acto ilusorio es el que antes me hacía creer que yo era y existia. Que yo era psicólogo. Que yo era hombre. Que yo era hijo. Que yo era mexicano. Que yo era católico. Por eso podía crear, modificar y tener identidad o identidades.

Un día eso que llamamos yo, se dio cuenta que todas esas gotas son el mar. Y se dio cuenta que en realidad no hay separación de las gotas, están todas unidas. Así que se fundió en el mar, se dió cuenta que estaba fundido desde el principio. En ese momento desapareci, el psicólogo, el hombre, el ego, el yo, la identidad.

Tú que me lees, puedes mirarme físicamente, puedes interpretar intelectualmente lo que digo, analizar lo que digo. Puedes hablar de mis acciones. Pero no puedes ver lo que hay en mi interior, no puedes ver lo que soy.
Y la razón es muy fácil. Tú no te has visto a ti misma, a ti mismo. Solo has visto la periferia, lo que te rodea: tus estudios, tus conceptos, tus creencias,  pero no has visto lo inpermanente de tu ser.

Así que tú puedes querer catalogarme como docente, pero no soy docente, ese es un trabajo que realizo y puedes catalogarme como buen o mal docente, puedes crear un estatuto y asignarme una categoría, pero eso lo haces tú.
Tú serás quien juzgue y evalúe según las reglas de la sociedad, de la humanidad. Pero te lo digo sinceramente, no puedes hacerlo, no puedes catalogarme, ni evaluarme. Puedes imaginar y fantasear con categorizarme y hacerlo con tus reglas, pero no lo estás haciendo, es imposible. No puedes insertar mí esencia en una categoría, ni evaluarla. Todo lo domeás, puedes evaluarlo.

Puedes catalogarme como hombre, pero te digo, mi cuerpo es de hombre, pero mi esencia no es ni de hombre ni de mujer.
Lo que soy es permanente. Lo real es eterno. Cuando este cuerpo muera se ira eso a lo que llamas hombre, a lo que llamaste Alejandro, al que comió, cantó, rió e hizo el amor. Pero no al centro, a lo verdadero. El centro no muere, no nace.

Y lo diré para que quede claro, soy Consciencia. Así que no veo como puedas catalogar a la Consciencia en hombre o mujer, en mexicano o finlandés, no veo como puedas catalogarme como psicólogo o loco.

Esto es Libertad. Saber que no puedes capturarme, saber que pierdes el tiempo. Saber que Soy. Saber que puedes matar el cuerpo, pero no mi esencia.
Puedes meterme en una cárcel o dejarme sin empleo, vaya, seguro algo haré para seguir obteniendo ingresos, pero ese castigo no toca el centro.
Voy al mercado y compro igual que tú. Pero hay una diferencia abismal, tú vas con una identidad o varias, yo voy con Consciencia.

Concluyo diciéndote.

Sí no sabes quién o qué eres, todo lo que hables de ti mismo es falsedad. Es mentira que puedes construir sobre castillos imaginarios. Puedes intentarlo y una y otra vez, pero tendrás que reconstruir hasta el infinito para mantener la ilusión de tener un Yo que se mantiene y se transforma. Es como decía Jesús el Cristo: “si construyes sobre arena, la ola tirara tu obra. Si construyes sobre piedra sólida, tu casa permanecerá intacta, aunque la ola llegue”.

Permítanme explicar el mensaje. Sí no sabes quién eres, todo lo que hagas y construyas para ti, será derribado el día que la muerte llegue, si no sabes quién eres, ¿cómo puedes tener identidad? ¿cómo puedes ser feliz? ¿cómo puedes decir que amas sin saber quién eres? ¿cómo puedes atribuirte, lo que sea, si no sabes quien eres?

Pero si descubres, si encuentras tu centro, eso que en verdad eres, entonces todo lo que hagas, sea lo que sea se está construyendo sobre piedra sólida. Ahora eres consciente, has dejado el estado de ebrio en el que andabas, soñando que hacías y deshacías.
Cuando sabes quién eres, la ola llegará y tu cuerpo se quedará, morirá, pero antes de que eso pase, sabrás que eres eterno, que la muerte no puede alcanzarte. Entonces has ganado la eternidad. Aquí y ahora.

Esto es Libertad.


-Zorca-

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